La economía siempre se ha considerado ligada a algo tan racional como son las matemáticas. Sin embargo, la unión de la economía, la psicología y la neurociencia nos permite hablar ahora de las finanzas desde un enfoque conductual. Se trata de asumir que las emociones tienen un papel importante en las decisiones de inversión.
La teoría conductual defiende que el ser humano nunca es tan objetivo ni tan racional como se suele creer y tampoco cuando piensa en invertir. La información que tenemos sobre el mercado nunca es perfecta, por otra parte. Esto influye de forma directa sobre nosotros y crea un sesgo emocional y cognitivo que acaba teniendo una importancia fundamental en las decisiones de inversión.
Por eso, para definir bien el modelo de inversión que se va a seguir no solo es importante tener claro el horizonte temporal y el perfil de riesgo que se quiere asumir. También es importante conocer los sesgos a la hora de invertir y conocerse bien a uno mismo para saber si alguno afecta y cómo se pueden mitigar. Es bueno recordar los comportamientos que hemos tenido en diferentes situaciones (cómo hemos reaccionado ante bajadas en momentos anteriores, cómo hemos caído en tentaciones de compras impulsivas…) y, sabiendo como reaccionamos, tenerlo en cuenta en el modelo.
Hasta hace relativamente poco se consideraba que las decisiones de inversión y financieras se tomaban de forma puramente lógica, lo que permitía un funcionamiento eficiente de los mercados. Sin embargo, todos hemos vivido situaciones en las que nuestros miedos e ideas preconcebidas nos han hecho tomar malas decisiones de inversión y queremos evitar que esto nos vuelva a suceder.
Cuando los psicólogos entraron a analizar el mundo de las finanzas, se dieron cuenta de que las creencias clásicas no eran ciertas. Porque la información nunca es perfecta, toda apuesta conlleva un riesgo y no todos tenemos el mismo perfil de resistencia frente a este. Lo que quiere decir que hay una serie de factores psicológicos que influyen en las decisiones que tomamos al invertir
La psicología económica nos dice que las emociones tienen un papel importantísimo en la toma de decisiones del inversor. Que no existe un solo sesgo, sino varios que nos pueden llevar a hacer elecciones no demasiado positivas para nuestras finanzas. Algunos de los más importantes a la hora de invertir son el exceso de autoconfianza, que nos lleva a infravalorar el riesgo; la ilusión de control; el fenómeno de autoridad, consistente en dar especial valor a la opinión de otros sin pararse a analizar sus argumentos; o la aversión a las pérdidas.
Así, dado que los consumidores suelen pensar que los productos financieros son algo complejo y que la toma de decisiones puede alargarse en el tiempo y supone asumir siempre un cierto grado de riesgo, muchas veces se toman las decisiones de forma emocional. ¿Qué implica esto? Imagina que tienes unas acciones cuya cotización ha bajado a la mitad. Quizá no quieras venderlas, pero, como todos los demás lo están haciendo, dudas. Si te dejas llevar por las emociones, seguramente el miedo se apodere de ti y decidas vender, contribuyendo al llamado «efecto rebaño». Por el contrario, si superas el sesgo emocional y analizas la situación de manera racional, quizá veas que es más conveniente seguir manteniendo esas acciones en tu cartera.
A la hora de tomar decisiones en este ámbito se debe, por tanto, combinar el pensamiento rápido —decisiones de tipo automático— con el pensamiento lento —decisiones más meditadas y racionales—. Para encontrar el equilibrio entre ambas formas de pensar y sacar más partido a tus inversiones, hay que ser capaz de superar los sesgos emocionales. Para ello se necesita lo siguiente.
El enfoque conductual de las finanzas nos demuestra que nada en el mercado es tan racional como solemos creer y que hay que tener en cuenta que las emociones también influyen en las decisiones financieras y evitar dejar que nos dominen a la hora de invertir.